La evolución del vestir a través de los cinco hombres más elegantes de los siglos XIX, XX y XXI

¿Qué significa vestir bien?
¿Qué es el estilo?
¿Cómo diferenciar la elegancia?

Si bien la humanidad se ha valido siempre de la ropa para taparse y protegerse del frío, fue a partir del S. XIX cuando su concepto adquiere una dimensión estética. Fue en esa época cuando se comenzó a explorar una faceta de la vestimenta que va más allá del motivo originario para la que fue creada.
El primer y gran responsable de que el hombre dejara de considerar la ropa como un mero objeto con el que abrigarse y empezara a verla como algo decorativo con la que sentirse atractivo, fue Beau Brummell. Este amigo y asesor de Jorge IV, consiguió romper con la rigidez de la vestimenta de su época y desplazar igualmente los entonces pomposos y recargados atuendos que lucían los hombres. Brummell apostó por el blanco y negro, combinados de manera sobria y elegante, rebajando el formalismo imperante en su sociedad y haciendo del frac la prenda estrella de su tiempo. Desterró ya para siempre las joyas de la vestimenta masculina y apostó por la sobriedad de los conjuntos que ganaban en elegancia.

 

 

Defensor de su máxima en el vestir de la notoriedad de la sobriedad, Brummell llegó a afirmar que “si la gente se gira para mirarte por la calle, es porque no vas bien vestido”. George Brummell fue el primer gran dandi y seguramente el que más influencia tuvo en una sociedad y en una época. No solo ejerció de árbitro y modelo de la elegancia masculina, sino que además dictó sentencia sobre la forma de vestir de ellas, por lo que fue amado y temido por las damas de la alta sociedad británica del S. XIX.

 

Ser elegante es fácil si se es observador y se presta atención a unas pautas básicas. Sin embargo, el estilo no es tan sencillo de alcanzar y, por norma general, es algo que está dentro de cada uno de nosotros. Claro que siempre podemos aprender de aquellos a quienes consideremos como ejemplo del estilo. Pero el estilo es algo más personal. Característico de cada uno. Eduardo VIII fue quien más dominó este difícil arte siendo imitados sus arriesgados conjuntos en los cinco continentes. Las innovaciones del rey del estilo del S.XX, han sido las responsables de muchas de las prácticas que hoy, inconscientemente, llevamos a cabo. A él se le atribuyen las primeras solapas redondeadas que vio un esmoquin, la raya en el pantalón, la combinación de diferentes estampados o la vuelta en el bajo del pantalón. Elementos que perduran en nuestros días y que siguen marcando la diferencia.

Se atrevió a vestir zapatos marrones de ante con traje en una sociedad que todavía no estaba preparada para tal excentricidad, y presenció como le expulsaban del Royal Enclousure de Ascot por presentarse con un chaqué de color gris, algo totalmente inaceptable por la ciudadanía inglesa de primera mitad del S.XX. La forma de vestir del Duque de Windsor rompió con muchos tabúes de su tiempo, como demostró cuando decidió ceder el Trono a su hermano Alberto para poderse casar con la dos veces divorciada Wallis Simpson.

Si Beau Brummell y el Duque de Windsor destacaron por una habilidad innata a la hora de acuñar sus propias reglas de vestimenta, Cary Grant lo hizo por crear un personaje lejos de excentricidades pero rebosante de elegancia atemporal. Cary Grant seguramente haya sido la persona conocida más elegante de cuantas han existido. Su virtud era la discreción y la sencillez, sin descuidar ningún detalle ni dejar nada a la improvisación. A pesar de alcanzar su máximo apogeo a mitad del S. XX, sus trajes cruzados, de tres piezas, tanto oscuros como claros, de sport y formales, todavía son recordados por combinarse de manera magistral con abrigos, pañuelos de bolsillo, corbatas, camisas, zapatos y un sinfín de sombreros.

Cary Grant representa el galán frente al dandi, la pulcritud de líneas frente a lo excéntrico y la atemporalidad de los trajes de sastre frente a lo perecedero. Lejos de dejarse tentar por la ropa industrial, prefirió siempre mostrar sus propios trajes y él era el último responsable de escoger el conjunto de su armario que vestía en cada película. Con seguridad, aquel anónimo que definió la elegancia como “la virtud de pasar desapercibido sin dejar a nadie indiferente” lo hizo mientras disfrutaba de una de sus películas.

Si Beau Brummell, Eduardo VIII y Cary Grant dominaron la escena de la elegancia y el estilo del S. XIX y XX, dos británicos, el Príncipe Carlos y David Gandy, lo hacen en el comienzo del S. XXI. El Príncipe Carlos tuvo en su padre el espejo donde mirarse para hacer de la elegancia más británica su tarjeta de visita. Ayudado por dos de las mejores tijeras del mundo, Anderson and Sheppard en los trajes, y Turnbull & Asser en las camisas, ha paseado la elegancia más británica por cuantos países ha visitado. Famoso por sus impolutos trajes cruzados y su don especial para combinar estampados y complementos, ha hecho oídos sordos al aburrido vestir del resto de representantes de estado y ha defendido con su ropa la alegría de vestir.

Por su parte, David Gandy es de los pocos modelos que son elegantes dentro y fuera de las pasarelas. Cliente de la mejor ropa a medida, viste en su tiempo libre sus propios trajes y abrigos de Henry Poole & Co. Amante de los trajes cruzados, los tres piezas y complementos tan atemporales como los sombreros de fieltro, es hoy la gran arma de la que dispone el S. XXI para enfrentarse con garantías de éxito al laissez-aller que impera ya en este nuevo siglo

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