Se conocieron hace 30 años. Pero nunca pudieron convivir –existir– como pareja hasta que se mudaron a China. La boda y la historia de Diana Pita y Patricia Castro serán parte de un documental que busca llamar la atención sobre la aún postergada aprobación del matrimonio igualitario.
Un sabio le dijo una vez a Patricia –la periodista es, desde hace un tiempo, experta en horóscopo chino– que fueron sus ancestros quienes la llevaron a Beijing. El que había emprendido era un viaje de regreso, no de ida. Pero ella no lo sabía 15 años atrás.
No sabía, tampoco, que sería ahí donde se mudaría por fin con Diana, la mujer a la que había amado desde 1989, cuando se conocieron en el primer año de Estudios Generales de la PUCP (una iba a Literatura; la otra, a Derecho). No sabía que tendrían a Larry –en diciembre pasado, el perrito cumplió 12 años con ellas– ni que terminaría en la televisión china o enseñando en una universidad. Patricia se había ido con una beca –como lo había hecho antes a Inglaterra o a Estados Unidos– mientras trabajaba en El Comercio, donde escribe desde 1994. A China llegó en búsqueda de conocimiento, pero lo que aprendió sobre sí misma no lo encontró en un salón de clases. La suya –la de ambas– es una lección de amor, sí, pero sobre todo de coraje.
DOS HISTORIAS
“En algún punto del camino”, cuenta Castro, “habíamos trazado un plan: nos casaríamos cada una con un hombre, tendríamos hijos y seríamos vecinas, solo para poder continuar juntas. Simplemente no pensábamos que [el matrimonio] fuese una posibilidad para nosotras. No nos aceptábamos ni sabíamos lo que queríamos”. Treinta años es mucho tiempo: para pensar, para sentir, para creer, para dejar de creer; para que las cosas cambien. La primera mitad, Diana y Patricia se la pasaron escondiéndose del mundo (“nunca, jamás, se lo contamos a nadie; solo lo sabíamos las dos”); la segunda, salieron a él. Encontraron libertad y oportunidad. A Patricia la llevó la beca de estudios en 2004, pero para Diana –abogada de profesión– las cosas eran diferentes. “Yo no podía pedirle que deje su carrera para quedarse conmigo en China”, recuerda la periodista. Y no lo hizo. Tras pasar un mes juntas de vacaciones, una vez instalada Patricia en Beijing, Diana lo decidió. “Encontré una oportunidad laboral, saqué cuentas –yo debía seguir manteniendo a mis padres– y me fui. Todavía me cuesta creer lo que sentí al llegar”.
Diana y Patricia tuvieron claro, desde el comienzo de su relación –a los pocos meses de entrar a la universidad–, que nunca les harían daño a sus familias ni truncarían el futuro profesional que tanto sacrificio les había costado a ambas. Fueron mejores amigas antes que amantes, y lo siguen siendo tres décadas más tarde. “A nosotras primero nos unió la pobreza”, sostiene Patricia. Ninguna de las dos había conocido lo que era compartir miedos, sueños y cotidianidad con otra persona –incluso habiendo tenido enamorados–, hasta que coincidieron a finales de la década del 80. Sus padres habían depositado en ellas sus esperanzas para salir adelante, y lo que empezó como una obligación –estudiar sábados y domingos para mantener sus respectivas becas– se convirtió pronto en una excusa para verse más. Cuerpos y almas se acercaron y nunca más volvieron a soltarse desde entonces.
El sábado pasado, mientras el sol se ponía y las aves revoloteaban en los Pantanos de Villa, Diana y Patricia celebraron su unión delante de la gente que más quieren. En China, cuentan ellas, es común que las mujeres vayan de la mano por la calle, que se toquen el pelo o se recuesten en el hombro de la otra (“por eso no llamamos la atención”, dicen). Pero allá –como en el Perú– no está aceptado el matrimonio entre personas del mismo sexo. Para que su unión fuese legal, Pita y Castro tuvieron que viajar a Argentina. La boda que realizaron en Perú fue conceptualizada (tienen hasta un hashtag: #2mujeresexcepcionales) para poner nuevamente en vitrina la aprobación de una ley que reconozca el matrimonio igualitario como un derecho. “El 90% de nuestros invitados eran heteros”, explican.
“Esta no era una boda gay. Queríamos que todos sean testigos de que el nuestro es un amor como el de cualquier otra pareja”, dice Diana. El año pasado, mientras definían qué querían conseguir con todo esto, se toparon con el trabajo del director peruano Brian Jacobs. Patricia movió a todos sus contactos hasta que dio por fin con su teléfono. “Yo no filmo bodas”, les contestó él. No fue fácil convencerlo. Ja-cobs las entrevistó exhaustivamente desde Lima (“le contamos cosas que nunca pensamos compartir”) y les envió un presupuesto. Aceptaron y también acordaron dejarle a él la libertad creativa sobre el material. “El cortometraje durará unos 15 o 20 minutos” explica él, quien las ha filmado desde que vinieron a Lima en las semanas previas a la boda. No ha podido trasladarse a China, pero usará material de su archivo personal, casi escondido durante 30 años. “Lo que queremos es recorrer esta historia desde el punto de vista de ambas; tenemos sus voces pero no incluimos ni familiares ni amigos. Es algo bastante íntimo. Es su versión”, sostiene el realizador. Aún no hay fecha de estreno (las grabaciones recién se han concluido esta semana), pero apuntan a estrenarlo en festivales de temática LGBTQ.
Cada domingo después del desayuno, durante diez años, Patricia y Diana bailaban en la sala de su casa imaginando cómo sería hacerlo, por fin, siendo esposas. Finalmente, se decidieron por dos canciones. Una de ellas era el clásico de Elvis Presley Can’t Help Falling in Love. Aquella canción empieza así: Wise men say, only fools rush in. Los sabios dicen que solo los tontos se apresuran